Mi rincón favorito del mundo

Ha sido un largo día de trabajo, pero por fin estoy en casa. Entro directamente al despacho, como cada día, donde dejo el maletín y, acto seguido, me dirijo al dormitorio para cambiarme de ropa. Hace un calor asfixiante y no aguanto más el traje. Ya con la chaqueta al hombro empiezo a quitarme la corbata con la otra mano. Al pasar por la puerta del baño la veo, inclinada sobre la bañera. Tiene la costumbre de limpiarla siempre después de cada ducha, esa costumbre que no consigue que yo aprenda. Sonrío recordando los esfuerzos que hace por parecer enfadada cuando me reprende por dejarlo hecho unos zorros.

 Una toalla apenas consigue disimular las curvas de su cuerpo. Esas largas piernas, firmes, ahora en tensión tratando de mantener el equilibrio. De pronto es el pantalón la prenda que más me molesta. Dejo caer la chaqueta, me acerco a ella. Con una mano rodeo su cintura y la acerco a mí, haciéndole sentir el bulto de mi bragueta en su lindo trasero. Se ha sobresaltado, no me ha oído llegar. Le susurro un te quiero tranquilizador y ella se deja hacer, confía. Con la otra tomo primero uno de sus brazos y lo llevo a su espalda, luego el otro y le ato las muñecas con la corbata.

 Le acaricio la espalda desde la nuca hasta las caderas, los hombros, los brazos, el cuello. Le revuelvo el pelo mojado. Lo lleva corto y le da un aire juvenil que adoro. Sigo acariciándola. Subo por los muslos y alcanzo su cara interna. Estiro de la toalla. Me separo de ella lo justo para que ésta caiga a nuestros a pies. Le acaricio el vientre, los pechos, el cuello, la cara. Ella lleva su boca hasta mi mano, me besa los dedos, los lame, se introduce uno en la boca.

 Podría estallar de placer ahí mismo, pero quiero más. Le doy la vuelta y la miro. Sus ojos reflejan deseo; su boca, lujuria; su cuerpo promete el cielo. La estrecho contra mí y la beso en la frente, los ojos, los pómulos. Le mordisqueo los labios, respiro su aliento cálido, bebo su saliva, enredo mi lengua con la suya. Asiéndola del brazo con sumo cuidado la dirijo hasta el dormitorio.

 Espera impaciente de pie junto a la cama mientras me desvisto lentamente. Observa cada movimiento que hago. Mordisquea su labio inferior con lascivia. La tumbo sobre la cama, boca abajo. Me pongo sobre ella dejando que sienta mi pene erecto, deseoso, sobre su culito lindo. La beso en las mejillas, los lóbulos de las orejas, el cuello, los hombros. Voy bajando por su espalda sin dejar un centímetro cuadrado por recorrer con mis labios, con mi lengua.

 Sigo bajando, las caderas, los muslos, los tobillos, los pies. Lamo cada dedo como si en ello me fuese la vida. Emprendo ahora el camino de vuelta. Le separo las piernas, llego a la cara interna de los muslos. Estoy tan excitado que me duele. Mi lengua busca su ano, ese agujerito delicioso del que tan pocas veces me deja disfrutar. Le doy un par de cachetes en las nalgas. Noto su excitación. Su respiración entrecortada apenas le deja susurrarme que me desea.

 —Sé lo que te gusta, nena, y te lo voy a dar —le digo.

 Le desato los brazos para que pueda darse la vuelta, pero se los vuelvo a atar, esta vez a la cabecera de la cama. Vuelvo a ponerme sobre ella.

 Mi pene juega con su vello púbico. Ella se retuerce, se agita, intenta atraerlo hacia sí rodeándome con sus piernas, pero no se lo pongo fácil. Aún no. Mientras, yo beso sus pechos, los aprieto entre mis manos, junto sus pezones. Me gusta lamer los dos a la vez. Intento meterme uno de sus pechos en la boca, entero, pero es imposible, son demasiado grandes. Me encantan.

 Le lamo los pechos, rodeo los pezones con la lengua, los muerdo incluso con brusquedad, los sujeto entre los dientes y estiro de ellos al tiempo que les propino algún delicado cachete.

—Sí, cariño, así —es todo lo que acierta a decir.

 Deslizo la lengua por entre sus pechos, juego por su vientre, me entretengo en su ombligo y sigo bajando hasta llegar a rozar su pubis perfectamente depilado según la línea que marca el bikini. Apenas puedo enredar mis dedos entre su vello, recién recortado. Paseo un dedo por esa rajita que me vuelve loco, se abre paso poco a poco hasta la puerta del cielo, pero sin atravesarla. Aún no.

 Se estremece. Puedo sentir su tibia humedad en mi mano. La poso sobre su maravilloso tesoro. La dejo quieta. Ella se retuerce más si cabe, alza sus caderas y separa sus piernas invitándome a entrar. Suavemente le dejo al descubierto el clítoris, que parece mirarme con descaro. Acerco mi boca. Pongo mis labios sobre él. Puedo sentirlo latir. Está caliente, duro.

 Lo lamo. Primero con suavidad, poco a poco más rápido y fuerte. Lo tomo entre los labios y succiono. Lo mordisqueo, estiro de él. Ahora sí. Introduzco uno, dos dedos en ese huequito delicioso. Los muevo en sentido circular, despacio. Un dedo más. Y otro.

 No he conocido a una mujer que se humedezca tanto como ella, no deja de asombrarme. Quiero beberme sus sabrosos líquidos. Recojo con la lengua los fluidos que salen acompañando el movimiento de mi mano. Explota.

 Grita. Siento sus contracciones en mi mano, en mi boca. Sentirla gozar me excita más aún. Queda exhausta, tumbada sobre la cama. Apenas un momento para que retome el aliento y me siento sobre ella. Sitúo una rodilla a cada lado de sus hombros y mi potente erección entre sus exquisitos pechos. Los aprieto manteniendo mi pene entre ellos y comienzo a balancear mis caderas.

 Acerca su boca a mi erección. Me roza con sus labios. Me acaricia con su lengua. Me acerco un poco más. Ahora puede introducírselo entero en la boca. Lo aprieta con los labios y lo mantiene quieto mientras lo acaricia con la lengua. Lo lame de arriba abajo con fruición. Lo succiona. Lo mordisquea. Suelto por un momento sus pechos para apoyarme en la pared, pues creo desvanecerme de placer.

 Me separo de ella sólo el tiempo necesario de llevar mi pene, a punto de estallar, hasta mi rincón favorito del mundo. Entra de un sólo golpe, sin encontrar resistencia alguna. No me importaría quedarme a vivir ahí. Nuestras caderas se funden en un sincronizado movimiento, cada vez más rápido, más intenso. Nos besamos con frenesí. La acaricio intensamente. Ella cruza sus piernas en mi espalda.

 Vuelvo a separarme de ella y la ayudo a darse la vuelta. Tomándola de la cintura alzo sus caderas y me aproximo a ella. De nuevo un par de cachetes en las nalgas. Unos mordiscos. Un dedo, dos, en ese culito que me fascina. E introduzco mi pene, duro como sólo ella sabe ponerlo. Primero la puntita, con insinuada dulzura, pero, al instante, entra todo de un solo movimiento.

 Gime. Sacude la cabeza. Curva la espalda. Sus movimientos acompañan a los míos, cada vez más rápidos e intensos. No tardo nada en estallar en un magnífico orgasmo. 

 

@Trying_Mom

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