Yo fui a ver Avatar en 3D
Tengo edad para recordar los
inicios del 3D en la tele, cuando tenías que usar unas gafas de cartón con
celofán de colores a modo de cristales; rojo para un ojo, verde para el otro.
Te las regalaban con la revista Teleprograma cuando programaban una peli de
esas.
La experiencia era curiosa.
Recuerdo en una clásica peli de vaqueros ver venir una flecha directa a la
pantalla. No me asustó, no me aparté, no me causó impresión, pero sí era
curioso. Bueno, como anticipo de lo que podría venir no estaba mal.
Cuando anunciaron Avatar en el
cine había que ir a verla. Y digo «había que ir» porque la temática no me
llamaba mucho la atención, pero bueno, visualmente tenía pinta de ser bonita.
En las taquillas nos encontramos
la opción del 3D. Mi pregunta fue: ¿Qué tiene esta peli para que valga la pena
pagar más por verla en 3D?
Las respuestas fueron del tipo:
ya no es lo que era, va a estar «to guapo»… En fin, que allá fuimos. Nos dieron
unas gafas negras y nos acomodamos en nuestras butacas.
Sala a oscuras, murmullos de
expectación entre el público, y empieza la peli.
Miro a mi alrededor y vislumbro
caras de satisfacción, como de «objetivo cumplido, vamos a gozar». Pues nada,
me rindo a la evidencia y me coloco mis gafas.
¡Vaya por Dios! Las malditas
pesan tonelada y media. Bueno, asumo, resisto.
Resisto… 3 minutos. Qué mareo,
qué dolor de cabeza, qué sensación de estafa. Lo veo todo doble. Con un ojo en
tonos azules; con el otro, rojo. Esto me suena, ¿dónde está esa gran
diferencia?
Me vuelvo para mirar a mis
compañeros de aventura y les veo cara de satisfacción.
Flipo.
Me sabe mal interrumpirles el
disfrute pero me decido y les pregunto: ¿os está gustando?
Ni me miran. Asienten con la
cabeza, musitan un mustio sí y sonríen de oreja a oreja.
Vuelvo a mirar a mi alrededor. El
público parece abducido, boquiabierto y sin quitar ojo a la pantalla.
Me mentalizo de que es lo que
hay, la famosa Avatar hay que verla. Me pongo otra vez las gafas de marras y me
centro en la peli.
Vaya, lo intento, porque el dolor
de cabeza aumenta. Desisto, me quito las gafas. Tampoco lo veo bien, pero al
menos no me pesan las gafas.
Transcurre la peli. Yo me la paso
poniendo y quitando las gafas orientada por los murmullos de satisfacción del
entorno.
¡Por fin acaba la tortura! Se
encienden las luces.
—¡Ostias, por fin, vaya mierda!
¿Pero qué estafa es esta? ¿Qué mierda hemos visto y para qué cojones queríamos
esta mierda de gafas que pesan un huevo? —Ahí, luciendo todo mi poderío
lingüístico.
Lo digo levantándome,
emprendiendo el camino hacia la salida, deseando dejar atrás esa pésima
experiencia y, de pronto, me doy cuenta de que mis amigos no me siguen. Me
vuelvo a ver si es que se han quedado catatónicos. Cualquier efecto secundario
entraba dentro de lo posible.
¡Cucha! ¡Que me miran como a un
bicho raro!
Contemplo la posibilidad de que
sea así. Es más, no hay duda, me he convertido en un bicho raro por ver esta
mierda. ¡Lo sabía, las gafas eran una distracción!
Me miro. Me miro las manos, la ropa, los pies, de arriba abajo y no veo nada raro. ¿Ahora me parece normal ser un bicho kafkiano o qué está pasando aquí?
—¿Pero qué dices? ¡Qué puta pasada! ¡Qué maravilla! —Se atropellan entre ellos lanzando alabanzas. Se dan cuenta de mi desconcierto, se miran y me miran.— ¿Qué pasa? ¿En serio no te ha gustado?
—Me estáis vacilando, ¿verdad?
¿Cómo me va a gustar esta mierda que ni se ve bien?
—¡Pero si ha sido flipante! —Se
miran y comentan entre ellos— ¿Te fijaste cuando…?
Los dejo hablando, doy media
vuelta y me dirijo a la salida. ¡Venga ya! No puede ser verdad. Mira, no quiero
oír más tonterías, prefiero esperar fuera fumándome un piti a que se les pase
la abducción.
Los siguientes días fueron una
discusión constante sobre quién vacilaba a quién, que si cómo ha podido no
gustarte, que si cómo ha podido gustaros a vosotros.
Al fin, ventajas de trabajar en
una empresa comercializadora de productos médicos/sanitarios, un amigo tuvo la
idea de hacerme el test de la mosca. El susodicho es una especie de espejito
con el dibujo de una mosca (obvio, ¿no?). Me lo pone delante y me dice que le
coja un ala a la mosca.
—¿Qué ala?
—Una. De las que tiene, coge una.
A ver, que es un dibujo, no tienes que arrancarla, solo intentar cogerla.
—A ver, diota, que ya sé lo que
es coger, que te estoy preguntando qué ala si aquí no hay alas. —No salgo de mi
asombro, ¿cuánto tiempo más va a durar esta tomadura de pelo?
—¿Cómo que no hay alas? Espera,
espera, ¿de verdad no ves las alas? ¿Tú, que tienes la vista que tienes, no ves
las alas?
—Mira, de verdad, no aguanto más
tanta tontería, ¿eh?
Se parte de la risa, el muy
jodío, y me dice:
—Hay alas. Que no las veas
explica por qué no te ha gustado Avatar: no ves en 3D —sentencia.
Huelga decir que, desde entonces,
hay cachondeito cada vez que me tropiezo contra algo porque «como no ves en 3D
no controlas las distancias».
Comentarios
Publicar un comentario