Nada que añadir
Recuerdo, en algunos momentos de mi vida, dudar sobre cómo se escribe una palabra, no recordar en ese momento la regla ortográfica que me ayude, y pensar: Sí, sí, estoy segura, se escribe así porque lo he leído en un libro.
Más tarde llegaron los SMS.
Malditos caracteres contados que eliminaron las vocales de la vida de muchas
personas.
Después llegó internet. El IRC y
esos chats en los que ya no había puertas ni vergüenza. Y, por supuesto,
tampoco tildes.
Las primeras faltas de ortografía
graves que me encontré me hicieron sangrar los hojos. Sin embargo, poco
después, y debido, seguramente, a la adaptabilidad del ser humano, todo cabía,
todo era tolerado. Claro, ponte tú en internet a enseñar a escribir a todo el
mundo. Al final, claudicas. Cuestión de salud mental. Sí, he dicho salud
mental, eso que ahora nombramos tanto pero que, a fin de cuentas, es tu propia
tranquilidad. Al menos yo no estoy en internet para enseñar a escribir.
Y ahora llega esta nueva era en
la que todo vale. Rótulos sobreimpresos en televisión que te cortan el aliento,
titulares de prensa que te arrebatan el sentido, libros de editoriales
presuntamente prestigiosas con errores que te arrastran al averno.
E internet. Nada que añadir.
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